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miércoles, 21 de mayo de 2014

día 5. el motel
la intimidad de la habitación había desaparecido. su olor, nuestro olor, había sido sustituido por el de la lejía barata y el vinagre. la marca de las tazas en la encimera estaba fría, pero aún era perceptible, aunque ahora resultaba ajena a todo. no encajaba allí, como el objeto extraño de la escena de un crimen. y allí, en aquella habitación del primer motel de carretera a ochenta y cinco kilómetros de missouri con aspecto cutre y un recepcionista salido de alguna película de terror mala, se había cometido uno. quizá no hubiese indicios de haberse producido, pero para alguien reincidente como nosotros, todo apuntaba a lo mismo. no habíamos dormido más de diez horas de las siete noches que pagamos; y la última bastó para iniciar la guerra que habíamos sufrido tantas veces.
el coche permanecía en el aparcamiento, pero yo sabía que él estaba lejos. quizá cuatro horas caminando lo habían conducido de vuelta a la ciudad, o puede que estuviera ahogándose de nuevo en jarras de cerveza o botellas de vodka. tendría que buscarlo más tarde, nunca lograba encontrar el camino de vuelta. ¿quién podría en su estado? o quizás lo dejaría atrás, como a aquella habitación. permitiría que se desvaneciera en la cuneta después de que el dueño del bar lo echase a patadas, o que algún tipo con tatuajes y pinta de haber pasado más vida en la cárcel que fuera le hubiese dado una paliza. lo abandonaría todo, incluso el coche. volvería haciendo autostop hasta missouri y tomaría el primer autobús de vuelta a casa. papá y mamá me recibirían con los brazos abiertos, y todo volvería a la normalidad. terminaría la carrera, me casaría con héctor y viviría en una de esas casitas adosadas de la costa. tendría una hija llamada anne y un hijo llamado tobías. y seríamos felices. solo pensarlo me produjo escalofríos. la felicidad y yo éramos polos opuestos. 
sabía que era inútil lamentarse, el pasado había quedado atrás. no quería volver. fui yo quien huyó, me repetí a mí misma. no más peleas.
me acerqué a la encimera y cogí las llaves del coche. estaban frías. no tenía prisa. todavía era de noche, lo que le daba un margen para beber hasta el amanecer. así que volví a sentarme en la cama, sin intimidad, totalmente ajena. y me sorbí la nariz. puag. apestaba a vinagre y lejía.

5 comentarios:

Vorágine dijo...

el olor de la lejía y el vinagre son olores que no soporto, no puedo con ellos. sería incapaz de estar en esa habitación. me gustan tus historias, Willow, ya comenté anteriormente que me encantan los relatos sobre kilómetros, drogas, y esas aventuras que ocurren de motel en motel. si tuviera que escoger entre la 'felicidad' de volver a una casa donde todo estuviera resuelto o seguir con la inestabilidad, si fuera valiente escogería lo segundo. no hay nada como esas experiencias.

(saludos)

Espérame en Siberia dijo...

¿Quién somos cuando nos convencemos de que la felicidad no es para nosotros? ¿En qué nos convertimos?

No sé, quizás para alguien el olor a lejía y vinagre sea lo más cercano a la felicidad. O el vodka y una buena ronda de cervezas. Quién sabe.

El problema es cuando huimos para dejar de preguntarnos todo lo anterior.


Un beso.

RH dijo...

Por una parte parece que hay algo de búsqueda al marcharse de un mundo previsible que no le convence, por otro, la gran parte de desesperanza que parece haber, pesando como una atmósfera casi sólida e insalvable.
Me recuerda en algo a algunos relatos de Carver. Está genial, Willow.

fantasma dijo...

no sé de donde ha sacado que una vida ya programada es sinónimo de felicidad, pero aunque lo fuese, está bien huirle un poco y no resignarse.

Willow Hope dijo...

vorágines, siempre es un placer que te pases por aquí y me des tu sincera opinión. me alegra que te gusten este tipo de historias, sin duda habrá más.

siberia, ¿quién sabe? cada uno llama felicidad a lo que conoce. gracias por pasarte. un beso.

rh, es un honor que te lo recuerden. ojalá llegue a escribir la mitad o un cuarto de lo que ha escrito él. tus comentarios siempre son bienvenidos.

fantasma, sin duda la felicidad no puede planearse o construirse, es algo que llega. jamás debemos resignarnos. gracias por leer.